Iman Moutaouakil: «la fuerza que hay dentro de ti»

Esta es la #HistoriadeVida de nuestra compañera Iman, su recorrido desde aquel colegio español en Tánger hasta llegar a España y trabajar en la defensa de los derechos de las personas migrantes y de quienes están en riesgo de exclusión social.

Su relato forma parte de su participación en la jornada organizada por el Área de Igualdad del Ayuntamiento de Madrid, coincidiendo con la celebración del Día Internacional de la Niña.

 

Nací y crecí en Tánger, al norte de Marruecos, la ciudad del cielo de Bowles, de las escenas de Delacroix y Matisse y de los barrios bajos de Choukri.

Cuando cumplí cuatro años, por suerte o por desgracia para ellos, mis padres deciden mandarme al colegio español de Tánger… Cuando se quisieron dar cuenta, yo ya estaba cuestionando la veracidad del Corán puesto que la profe de sociales nos había dejado bien claro que todo texto sufre cambios y modificaciones con el paso de los siglos. Obviamente, mi madre ya estaba con el drama de tener una hija hereje en casa, con la amenaza de que mis hermanas me fueran a seguir la corriente… Más tarde, se dio cuenta de que ella fue la mujer que me inculcó el tesón de luchar por una vida justa, digna y honesta, principios muy arraigados en ella desde el Islam.

“Pertenecer a dos mundos es algo muy mágico”

Ir a un colegio y luego a un instituto español me marcó la vida. No sólo porque hoy hablo muy bien español, -como suele decirme la gente por aquí- ni porque las clases de geografía me siguen valiendo hoy en día para moverme por los pueblos de España, sino porque fue, literalmente,  vivir en dos mundos casi opuestos y antagónicos al mismo tiempo. Pertenecer a dos mundos es algo muy mágico, porque con un poco de suerte, vas cogiendo lo mejor de cada uno y vas armando el tuyo propio. La cultura de mis orígenes, crecer en una casa de mujeres, convivir con mi abuela y con tías abuelas, me ha enriquecido enormemente y me ha enseñado la fuerza de todas esas mujeres luchadoras con los medios mínimos para sacar adelante a generaciones de personas autónomas, críticas y fuertes.

“En casa tenía que luchar por tener unos derechos mínimos”

Mientras en clase aprendíamos sobre las luchas obreras, las luchas sufragistas y las revoluciones; en casa tenía que luchar por tener unos derechos mínimos que se acercaran a los que tenía mi hermano varón. Crecí en una casa donde había 6 mujeres y dos hombres. Mi casa era un mini patriarcado pero en toda regla. Mi padre representaba la autoridad, rígido, impenetrable, fuerte e inquebrantable; mi madre, la fuente insaciable de cariño y cuidado, el motor de la lucha por la emancipación.

La primera revolución contra el patriarcado en la que participé activamente fue junto a mis hermanas, con 11 años de edad, cuando conseguimos engañar al sistema: por primera vez, una de nosotras, la mayor, obviamente, conseguía escabullirse de casa a media noche para verse con sus amigos en una noche de verano. Todo un pecado capital castigado por arresto domiciliario probablemente en una casa donde las 5 mujeres éramos las portadoras del honor de la familia. Aún recuerdo la adrenalina que sentía al darme cuenta de que, por primera vez, habíamos podido burlar el poder. Y lo más importante: eso significaba que con una buena organización, fuerza y valentía, mucha valentía, se podían hacer muchas cosas que nos permitieran ser nosotras mismas y sentirnos vivas.

“Yo tenía una rebeldía interna que me quemaba por dentro”

Claramente, mi lucha contra este mini patriarcado que era mi mundo no hacía más que empezar. Además de la rebeldía característica de la adolescencia, yo tenía una rebeldía interna que me quemaba por dentro porque sentía la necesidad de liberarme de una sociedad opresora en la que yo, como mujer, no era vista como un sujeto de derecho equiparable al hombre, sino alguien inferior, sin potestad propia, donde en lo más importante de mi vida, tenía que haber un hombre para hablar o decidir por mí.

Años más tarde, me vine a vivir a España y parece ser que venía con las pilas de la lucha bien cargadas que por azares de la vida, hoy en día me encuentro personal y profesionalmente dedicada a esa lucha. A la lucha de inculcar ánimo, porque fuerza no les falta, a aquellas mujeres que se han quedado sin voz, mujeres invisibles que lo dan todo sin recibir ningún reconocimiento.

“Una sociedad diversa, mestiza y rica”

Mi mensaje hoy va dirigido a todas esas mujeres, pero en especial a todas esas niñas que hoy también les ha tocado la suerte de vivir en dos culturas distintas: la propia y la de sus padres que no nacieron aquí. Quiero decirles que tienen un papel muy importante que hacer dentro de nuestra sociedad. Tenemos la suerte de llevar dentro esos dos mundos. Entendemos perfectamente las dos culturas, entendemos lo que nos dicen en el colegio o en el trabajo y lo que nos cuentan en nuestras casas. Y por eso, somos perfectamente capaces de tender un puente entre ambos mundos: tenemos la responsabilidad de seguir la lucha de las mujeres, especialmente aquellas mujeres doblemente discriminadas, por ser mujeres y por haber nacido fuera de aquí. Nuestra misión en visibilizarlas, darles voz y espacio para que sean ciudadanas activas y que construyan una sociedad diversa, mestiza y rica.

Por otro lado, tenemos la misión de mostrarle a esta nuestra sociedad que las mujeres que no nacimos aquí o que aun naciendo aquí no tenemos pintas de ser de aquí, que también somos parte activa de esta sociedad, que tenemos mucho que dar y mucho que construir. Saquemos a la mujer árabe -migrante o no- de la casilla de mujer oprimida y sin fuerza, porque de verdad jamás vi tanta fuerza y determinación como las que tienen estas mujeres.

 

 

 

 

 

One Comment

  • Gabriela Barone dice:

    Me encanto leer esto Iman !!! Me encantaría poder ayudar a todas esas niñas adolescentes mujeres que están atrapadas por esos hombres sin piedad , y sin comprensión. Mujeres valientes , mujeres nobles , si me gustaría ayudar desde mi lugar .
    Gracias por contar tu historia, me ha encantado .

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