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Morir en el intento

refugiados 2Voy gastando la suela de mis zapatos, acumulando el polvo del camino, acostumbrando mis ojos a la oscuridad del mar, sujetando mi mochila donde llevo lo poco que me queda y que no me han quitado aquellos que negocian con mi miedo.

Huyo de las bombas, de la sangre, de los gritos, de mis muertos, de la sinrazón, pero también huyo de la indiferencia del mundo que nos ve morir en la televisión, en las redes sociales,  a todas horas, igual que caen los misiles, puntualmente.  Decidí que no quiero vivir con miedo, escondido, asustado. Quiero que ese mundo que me ignora, me mire a la cara y me diga que no importo, que soy uno más de tantos.

Y con dinero y con más dinero, inicio este viaje que me quita todos mis ahorros, que me endeuda,  que me sube a un cascarón a precio de crucero de lujo donde otros como yo tiemblan a mi lado. Y después de horas que parecen siglos, llego a una playa rocosa, aterido, feliz por no haber muerto, y llorando por aquellos que no lo han logrado.

Y camino, camino, camino, vallas y policías, alambres de espinos, campamentos improvisados, promesas que no se cumplen, autobuses que no llegan, ciudades imposibles, burocracia, hambre, frío, rechazo, sonrisas que se desvanecen cuando las cámaras se apagan o explotan las bombas en París.

Soy uno más, uno de tantos, tantos y tantos, tenía sueños, tenía una rutina, un trabajo, una vida, discutía con mis vecinos, salía a pasear, quería una vida tranquila, con mi familia, con mis amigos, como la tuya, igualita a la tuya…

Mi  nombre se desvanece tan rápido como la tinta de mi pasaporte mojado,  como mi país, mi casa,  mi trabajo, el colegio, la universidad, el mercado, mi barrio.  Y ya estoy aquí, y sigo caminando y definitivamente lo he perdido todo, pero sigo aferrándome a la débil esperanza de una Europa que se me resiste, a una solidaridad que se me niega.

Los rumores resuenan en los oídos de todo mi grupo, hermanados en este laberinto sin fin y el miedo crece hasta convencernos de que acabaremos  volviendo al punto de partida, que no hay sitio para nosotros; que somos muchos, que seguro que entre nosotros se esconden terroristas, que no hay recursos suficientes.

Las suelas de mis zapatos ya están llenas de agujeros,  como mi alma.

Esta podría ser tu historia o la de tus abuelos. Es la historia de una parte de la humanidad a lo largo de los siglos, huyendo de la guerra. Seguro que lo has pensado alguna vez y te das cuenta de que salvar tu vida y la de los tuyos es un camino, el camino del REFUGIADO.

No lo convirtamos en algo todavía más difícil de lo que ya es. Seamos justos, generosos, tengamos memoria, nosotros, que podemos, exijamos que esta Europa cumpla con sus compromisos y acoja a estas personas.

Gabriela Beni

 

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