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Seguir siendo madres desde la distancia

locutorioSi en estos tiempos de crisis, incertidumbres y nuevas tecnologías la labor de criar y educar a un hijo o hija no es fácil,  si  además la distancia geográfica entre los hijos y sus madres es, a veces, de varios miles de kilómetros, entonces se convierte en una tarea de Titanas.

Me gustaría, desde el área psicosocial de Progestión, compartir algunas reflexiones.

Generalmente, la inmigración se hace a costa de fragmentar familias, pero es fundamental y difícil asumir y trasladar a los hijos que quedaron y al resto de la familia que no se trata de una ruptura, sino de otra manera de ser familia. Se está construyendo otro proyecto.

El papel de madre cambia, no solo para la mujer que migra sino también para quien ejerce de «madre sustituta». Encontramos tías, abuelas, vecinas que asumen ese rol con los y las menores que la mujer migrante les ha dejado a cargo a cambio del envío de dinero para su sustento  y de quien lo cuida.

Información autocensurada

Cuando es la mujer la primera que migra pasa a ser quien sostiene la familia y desde la distancia toma decisiones que culturalmente (según el país) le corresponderían al hombre: se convierte en la «cabeza de familia».

Esto hace que las relaciones  familiares cambien, también por la distancia y el tiempo. Se crean nuevos códigos para relacionarse influidos por los medios virtuales de comunicación. La información que se da es autocensurada, lo cual crea un sentido de culpabilidad y, al mismo tiempo, de duda con sus familiares en el país de origen. Es común no compartir la preocupación  (por la falta de trabajo, por ejemplo) que se puede tener en algunos momentos para no “hacer sentir mal” a quienes están “allá”.

Ni la alegría ni el sufrimiento ni la nostalgia se expresan libremente. De igual forma, la mujer siente que hay cosas que se le ocultan por parte de ellos. No es raro escuchar a una madre decir que cree que su familia no le está contando la verdad sobre sus hijos, por ejemplo.

La carga de las expectativas

Otro motivo, y no el menor, que preocupa a las madres es la admiración que frecuentemente se siente por la mujer que inmigró, lo que hace que para ella sea casi una obligación cargar y responder a las expectativas que la familia y los hijos e hijas depositan en ella, y que muchas veces están ligadas al envío de dinero y al “poder de autoridad” que se le otorga por enviarlo.

Estos son solo algunos de los aspectos a los que se tienen que enfrentar la mayoría de mujeres migrantes en nuestro país que tienen hijos e hijas en el suyo de origen. Verdaderas heroínas no conscientes de que lo son. Es una gran suerte poder aprender de ellas.

Concha Andrés. Psicóloga  del Equipo Psicosocial de la Asociación Progestión.

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